Las huellas del té

Ayer, a falta de un mes justo para celebrar el séptimo año del camino andado con té Valle, preparé una tetera de Pu erh Solidario, con la intención de escribir algo.

Lo dejé en infusión más de lo habitual. De esta forma, las hojas de olivo expresaron todo su sabor, rayando el amargo; las notas de madera del té rojo quedaron atenuadas y el tomillo jugó su papel en el vaso, dejando notar su inconfundible aroma limpio, aún a pesar de mi distorsionado olfato.

Jamás podría imaginar Helena, la de Troya, que de una de sus lágrimas pudiese brotar esta humilde planta que perfuma el Mediterráneo, llenando de fuerza y coraje a los guerreros que en aquellos tiempos la bebían en infusión, antes de lanzarse a la batalla.  Así lo cuenta la Mitología griega, ¡qué cosas!

Y mientras lo bebo, me pregunto cual es la huella que el té me ha ido dejando a lo largo de estos años, pues aun siendo pocos, me parecen una vida en sí misma. Ayer viernes santo, dos amigas me hablaron del sentido “la huella” por diferentes vías, casi al unísono… Me resonó de tal forma, que aquí estoy con ello.  Me hablaron de lo que dejamos en las personas, de lo que ellas nos dejan, de lo que perdura en ese registro interior, en ese archivo de los afectos y desafectos, donde queda grabado lo que fue, lo que es, y quien sabe… lo que será.

Si respiro unos segundos en silencio, pensando todo esto, puedo reconocer un ramo de huellas, que como si de un ramo de flores se tratara, se sujetan por una cinta donde podría escribirse con letras de oro la palabra: voluntad. El deseo de querer. La intención de recorrer un camino acompañado de valores que en este tiempo he ido experimentando, poniendo en práctica cada día.

El té me deja la huella de la convicción, de querer abrir caminos que según los transito se dirigen a un espacio interior, donde puedo contemplar lo grande y misterioso de este viaje, de esta vida…

El té me ofrece cada día la medida y el sentido de la honestidad: hacia todos los que llegasteis, y hacia mí. Tantos encuentros con tantas personas y sorprendentemente, ahí quedaron vuestras huellas en forma de palabras, de sonrisas, de tantos gestos de cada uno y de cada una, en tantos vasos de té compartidos, que tan sabiamente nos conectaron.

Y desde ahí, la huella de reconocerme afortunado y abundante para tomar conciencia activa de la solidaridad, actuando en consecuencia. Manteniendo el compromiso, como en ocasiones anteriores para Kubuka, Cruz Roja, Aludme, diferentes ONGs con las que ya colaboré y este año, para Cáritas de mi pueblo.

Gracias al té, encuentro un espacio y una vía para expresar de alguna forma la hospitalidad, la atención y el agradecimiento. Así es como percibo estas huellas: como el sello de la casa, de casa Valle. Y confío que así debería ser, hasta que el camino lo determine.

Beber té y beber metafóricamente los valores de su ceremonia japonesa, donde perviven: la armonía, la pureza, el respeto y la Paz es una forma de estar aquí, una forma de hacer las cosas mientras compartimos un té, llevado a cualquier gesto del día, con mis amigos o con cualquiera que llega.

Estas son algunas de las huellas que ya están impresas hasta hoy: valores antiguos de una cultura que me hacen sentir vivo, que hacen de guía y cobran más sentido aún, en estos días inciertos, cuando los ofrezco y tengo la fortuna de compartirlos con vosotros.

Os animo a que dejéis vuestra huella, con un té, en este Feliz Sábado de Gloria.

Abrazos.

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